jueves, julio 27, 2006

Marilyn

Marilyn



MD: Quiero que tengamos una conversación tipo Capote consigo mismo, en
Música para camaleones.
Teté: Pero no es lo mismo. Vos no podés saber qué es lo que yo pienso. En ese relato, lo importante es justamente que él habla consigo mismo.
MD: Puede ser, baby. El punto es que no sé cómo hacer para hablar de ciertas cosas al natu con vos. Siempre que lo intentamos, terminás negándote a decir una palabra sobre lo que pensás. Incluso sobre las propias cosas que decís.
Teté: Y bueno, querido. Es así. Yo soy de las que piensan que hay cosas que no se pueden hablar. Vos creés que se puede decir todo, y todo no se puede decir, Mariano Dorr. Todo no se puede decir.
MD: Yo no pretendo decir todo, sólo algunas cosas básicas. Poder conversar francamente. Me cuesta entender por qué tanto problema.
Teté: A ver. ¿Qué te gustaría hablar conmigo exactamente? ¿Qué es lo que querés escuchar? ¿Te das cuenta que sos terrible? Sos un caprichoso. El hijo menor. El consentido. Siempre querés que todo sea como vos querés que sea.
MD: No es así, Teté. Lo único que pretendo es que podamos hablar al natu de lo que nos pasa. Nada más. Y no creo que sea de niño consentido tratar de comunicarme con vos de esta manera, escribiendo un diálogo. Te juro que no quiero otra cosa que entenderte.
Teté: ¿Y me entendés?
MD: Bueno, es difícil. Pero creo que sí. Creo que estoy empezando a entenderte. Necesité algunos días. Más experiencias. Porque, una de las cosas que más me llaman la atención, es el modo en que todo vuelve a la normalidad después de una pelea entre nosotros. Y no hay dudas, las peleas las comienzo yo (aunque sólo en cierto sentido).
Teté: ¿Cómo es eso? Yo también empiezo, pero es diferente. Vos no entendés nada. A veces pienso que es increíble que seas tan boludo.
MD: Eso mismo me dijiste ayer, y me quedé pensando en eso una buena parte de la noche.
Teté: ¿Tomaron un ácido, con Facu y Ceci?
MD: Y la Dámasa.
Teté: Qué atrevidos, Dios mío… ¿y pensabas en por qué eras un boludo?
MD: Sí. En por qué vos me decías eso. Lo pensé mucho.
Teté: ¿Y? ¿A dónde llegaste?
MD: Bueno, increíblemente llegué bastante lejos.
Teté: Marilyn…
MD: No. No es de Marilyn. Porque, en realidad, entendí por qué decís que no da para que me enoje del modo en que lo hago, que allí es donde reside todo mi error. Esto no quiere decir que te entienda
a vos exactamente.
Teté: Ahá. ¿A ver? Explicame un poco más.

Teté y yo nos conocimos en 1905, cuando yo salía con Elízabeth. Vivían juntas, en un departamento de Humberto 1 y Entre Ríos. Lo primero que recuerdo de ella es verla pasar como un rayo, yendo de la cama al living, y del living a la cocina. Eléctrica. Hablando de las letras del grupo de su novio. El pelo corto y muy rubio, los labios pintados de un rojo intenso, y los ojos abiertos y celestes. Hermosa, pero imposible. A Teté parecía no cruzársele por la cabeza tener el costicismo con otro hombre que no fuera su marido. Siempre estaba apurada para encontrarse con él.

Esta conversación que estamos teniendo no tuvo lugar nunca, pero podría ocurrir cualquier día de estos. En realidad, algunas de las cosas que nos decimos, sí nos las dijimos alguna vez. Nos vemos muy seguido. Estamos muy entusiasmados el uno con el otro. Casi pendientes del otro. Pero Teté acaba de separarse de su marido, después de una relación de nueve años. Y nueve años de matrimonio es mucho tiempo.

Los dos estamos perdidos de la mente, por motivos diferentes. Igualmente, tampoco son tan diferentes. Los dos tenemos casi treinta, y no tenemos trabajo, y nos dedicamos a la literatura. En mi caso, desde que me acuesto y me despierto pensando en ella (desde hace cinco semanas) me dedico a la liteteratura. Y también estoy separado, aunque mi separación ya lleva diez meses.

Teté y yo nos peleamos mucho. Tenemos el costicismo desde hace poco menos de un mes, y nos peleamos como si fuéramos maridos desde hace mil años, o hermanos. Hacía mucho tiempo que no peleaba tanto con alguien. La última vez fue porque, según ella, yo hice un maneje oscuro de información (respecto de una chica con la que salí). Estábamos en la calle, en la plaza de los dos congresos. Discutimos. O no, en realidad no llegamos a discutir porque ella se negaba a conversar conmigo. Repetía que ella no quería estar con alguien que se aprovechaba de la falta de información del otro. Yo había salido con una chica (Cecilia), y cuando le conté a Teté, ella pensó que había salido con otra Cecilia, y según ella, me aproveché de esa confusión. Íbamos a ir a un bar, Kimynovak, a encontrarnos con Lirio Lucero, pero terminamos yendo en diferentes colectivos. Ella tomó el 12 y yo el 60. Cuando llegué al bar, Teté estaba en la barra, hablando con un chico por el que ya habíamos discutido dos semanas atrás: la Franca.

Hablaba con él como si fuera la última oportunidad de su vida de conocer un hombre. La Franca se sentía el tipo más afortunado del mundo, pobre. Teté estaba hermosa. Deslumbrante. Y no le sacaba los ojos de encima. Llegué. Me acerqué a ellos. Teté me saludó con indiferencia y siguió hablando con la Franca (alto, barba desalineada, remera roja con un motivo vintage en amarillo –Teté le tocó el motivo, en el pecho, con un dedo).

Me sentí fatal. No podía creer que fuera tan atrevida. Realmente, me ignoraba, y costiceaba con la Franca abiertamente, como si nada. “Está haciendo una perfo”, dijo Lirio Lucero. Cuando llegó, yo estaba en la puerta del bar. “¿Qué hago, Lirio, me voy?”. “No, vení. Entremos. No pasa nada. Te está haciendo una perfo”. “¿Te das cuenta que no le importo? ¿Cómo puede hacerme esto? ¿No sabe que estoy vulnerable, que me hace muy mal? No le importa nada. No le importa cómo me pueda sentir”. Y Lirio, mirándome fijo: “Sí que le importás”. Cuando Lirio te mira de esa manera, la vida es maravillosa.

Después vino mi perfo: me puse a llorar. Jesús dice que yo trabajo los límites desde el llanto. Cuando quiero señalar un límite: lloro. Y es posible. Algo de eso hay. Teté se negaba a hablar conmigo, y no pude evitar llorar de impotencia. De la angustia que me provocaba su negativa a hablar conmigo. Y ahí estaba ella, pasándole su celu a la Franca, que lo anotaba impunemente delante mío. Un loco muy grande. Y un rato después: “Llamame, Ariel –la Franca, finalmente se llamaba Ariel-, llamame y hacemos algo”, le decía la atrevida mientras se saludaban. Según ella, no se fue con la Franca porque había ido a Kimynovak a encontrarse con Lirio, y porque, en definitiva, había ido conmigo. Yo no podía creer que fuera tan desubicada.

MD: Todo el problema está en mi forma de interpretar determinados signos. Digamos que leo algunos de tus signos con una
máquina triste de lectura. Por ejemplo, si vos me negás un beso, postulo: “Teté no quiere besarme”. Entonces te pregunto: “¿no querés que te de un besito?”. Y vos: “No, no quiero”. Y así, interpreto literalmente: “Teté me está rechazando”.
Teté: Y sí. Si yo en ese momento no quiero que me beses, no quiero que me beses. Y vos no tenés que hacer un teje de eso. No quiero, ya está. No tiene que ser tan complicado.
MD: No. No es así. En este momento estás haciendo el mismo juego. Y precisamente lo que intento describir es ese mecanismo tuyo, que actúa de tal modo que me hace entrar en mis interpretaciones negras, finalmente equivocadas.
Teté: Puede ser… ¿a qué mecanismo te referís?
MD: El hecho de ser una atrevida y muy tímida a la vez.
Teté: Mmm… me parece que no me gusta lo que me estás diciendo.
MD: Muchas veces, hacés locos de la timidez. Como no sabés bien qué onda encarar determinada cosa, hacés un loco; por ejemplo, me rechazás un beso, y después, como yo reacciono ante el loco, todo pasa a ser una discusión sobre tu loco, cuando la verdadera razón por la que hiciste ese loco, es la timidez. Y el loco lo hacés de puro atrevida. Ese es el punto: sos muy tímida, y al mismo tiempo… una atrevida. Y esos dos planos se cruzan y te hacen actuar de maneras que, realmente, a veces, son un loco mal, baby.
Teté: Tené cuidado con lo que vas a decir, Mariano Dorr.
MD: Pero lo increíble es que sí querías besarme. Querías besarme y de algún modo querías que yo lo supiera, pero sin decírmelo, sin arruinar la fantasía. Y tu forma de decir “sí quiero besarte” es que estás ahí, conmigo. De algún modo me estás diciendo que sí, pero no vas a besarme porque realmente te resulta too much todo lo que nos está pasando. Y justo cuando me rechazás un beso, o lo que sea, es el momento en que coincide con la idea de no poder pensar que te estás enamorando de mí. Y yo, en lugar de entender todo ese mecanismo, reacciono agresivamente contra ese signo. Cuando me decís: “No, Mariano Dorr. Basta. Yo me voy a dormir a la otra cama. No entendés nada. Esto no se puede”, vos, en realidad, me estás diciendo: “Mariano Dorr, yo no puedo pensar que me esté pasando todo esto a un mes de haberme separado de mi marido. ¿Te das cuenta que me estoy enamorando de vos? Me voy a volver loca. No me puedo volver a casar tan rápido”. Y a mí, realmente, me cuesta mucho ver todo eso detrás del rechazo literal.
Teté: ¿Sabés qué? No está tan mal lo que decís, pero tampoco es así exactamente. Lo que vos tenés que entender, es que yo no te voy a decir: “Sí tomá, querido, llevate el Fierro”, así nomás, “me enamoré de vos”. Y no lo voy a hacer, no porque sea tímida –aunque lo soy-, sino porque la fantasía está precisamente ahí, en no quitar el velo. Si se la descubre, ya no es fantasía. Heidegger, en un punto, pero al revés.
MD: Okay, yo no estoy tan seguro de lo que decís, pero es cierto que es importante entender que ese es tu punto de vista.
Teté: Cuando te ponés tan solemne sos un pesado, Mariano Dorr.
MD: No estoy siendo solemne.
Teté: Bueno, basta.

El día que Teté se separó de su marido, yo estaba en mi casa. Me mandó un mensajito de texto al celu, a las tres de la tarde: “me separé del x”. Ahí, en ese mismo momento, hice un gran loco de la interpretación. Para mí, el mensaje de Teté guardaba dos oraciones –una antes y una después- invisibles: “
Casémonos, Mariano. Me separé del x. Ahora podemos estar juntos”. Y empecé a trabajar por esa interpretación. Teté siempre dice que quiero imponer mis interpretaciones por sobre las demás. Y no es cierto, pero es verdad que cuando recibí ese mensajich, empecé a trabajar para el costicismo a full. Con energía blanca, pero era realmente un loco.

La segunda noche de separada, yo ya estaba ahí, durmiendo con ella. Por supuesto, sin el costicismo, pero fui a dormir a casa de Silva, donde Teté se estaba quedando desde la noche anterior. Dormimos los tres en la misma cama. Teté en el medio. Cuando se quedó dormida, le di un besito en el antebrazo. Un besito despacito, para que no se despierte y dure lo más posible. Y en un punto sí quería que se despierte. Al día siguiente, a la tarde, le escribí un mensajich, diciéndole que la había besado en un brazo, a la noche, mientras dormía. Teté, obviamente, me hizo un Teresa. Ni me contestó.

La noche siguiente volvimos a dormir juntos, los tres, en casa de Silva. Estábamos en casa de Lirio Lucero. Éramos un grupo de ocho personas. Yo estaba bastante equis. Bailamos y todo, pero yo estaba rara. Quería acercarme a Teté, pero no sabía cómo. Ella estaba callada. Sentada en un silla, en el medio del living. Y como no sabía qué hacer, me quedé parado al lado de su silla. Lo único que quería era estar cerca suyo. Cuando la reunión llegó a su fin, alguien pidió un radio taxi. Jesús, Silva y Teté, se subieron. Y yo, en vez de subir, dije que me iba a mi casa, que iba a caminar hasta la avenida. Me agarró ese loco de irme así, de tantas ganas que tenía de irme con ella. Y a las dos cuadras, le escribí un mensajich: “No sé qué hago caminando solo, por esta calle. Tendría que haber subido al taxi”. “Sí, yo no entendí”, me contestó ella. Paré un taxi, y le pedí que me llevara a la casa de Silva: “Rivadavia y Medrano, por favor”. Al rato estaba otra vez con Teté. No quería nada en el mundo más que eso: volver a dormir con ella. Y esa noche le di dos besitos, en el mismo antebrazo. El izquierdo. Ella estaba boca abajo, dormida. Hermosa. Fue la noche del 13 de febrero. El día siguiente era el día de los enamorados.

Teté: ¿Y ahora qué estás carburando?
MD: Muchas veces, escuchándote y observándote en general, tengo la sensación de estar ante la única mujer; la única verdaderamente mujer en el mundo. La más mujer de todas las mujeres.
Teté: Es increíble la capacidad que tenés para hacerte fantasías. Eso me gusta mucho de vos. La fantasía siempre se renueva. ¿Y por qué yo sería esa mujer que decís?
MD: Porque no estás realmente en nada de lo que decís. Es imposible saber dónde estás. Esa es para mí la definición de mujer: “no se sabe dónde está, qué piensa, qué hace, qué puede llegar a hacer”.
Teté: ¿En qué sentido no se sabe dónde estoy o qué pienso?
MD: Vos misma no sabés.
Teté: Puede ser.
MD: ¿Qué pensás? ¿Estás enamorada de mí?
Teté: No voy a contestar esa pregunta.
MD: Sin embargo, me escribís mensajitos de texto afirmando que estás enamorada. Que te enamoraste de mí en una noche, locamente. ¿Qué pensás de ese mensaje?
Teté: Basta. No voy a hablar de eso. Además, fue sólo un mensaje de texto.
MD: Lo que digo es que, realmente, no sabés qué decir sobre eso. No sabés qué es lo que pensás. No es que no sepas qué pensar, sino que lo que no sabés es
qué pensás. Tu propio pensamiento está oculto en tus actos. Y eso es un loco, la verdad. Por eso, siempre caigo en lo mismo: quiero que conviertas tus actos en palabras, pero eso es algo que no vas a hacer. Por lo menos, no ahora.
Teté: Cuando analizás tanto las cosas, sos insoportable. Me aburro, Mariano. ¿Por qué no hablamos de otra cosa?
MD: No estoy analizando nada. Estoy tratando de decirte que ahora…
Teté: Que ahora sabés que sí, que me hago la fantasía con vos, pero que no voy a decírtelo al natu porque me vuelvo loca…
MD: O porque si lo decís, ya no lo sentís. Es un problema agustiniano: si lo decís, no lo sentís; y si no decís nada, lo sentís a full.
Teté: Sí. Increíblemente, hay algo de eso. Y como estás hinchando las equis con esto desde hace un buen rato, ya no lo siento.
MD: No seas mala.
Teté: Vos no seas pesado.
MD: Me volvés loco, Teté.
Teté: Basta, Mariano.
MD: Me gusta cuando te agarrás de las paredes, baby.
Teté: No lo voy a hacer más. Se terminó el costicismo.
MD: ¿Decís que no vamos a volver a tener el costicismo?
Teté: Nunca más.
MD: ¿Querés que volvamos a cuando nos conocimos, en 1905?
Teté: Sí, a Humberto 1. Vos eras
Faivel.

La máquina triste.
Faivel es la imagen de la máquina triste, y así me llamaba Elízabeth, cuando salía conmigo. Yo siempre estaba en un plan equis. Trabajaba muy poco la fantasía. Elízabeth fue para mí un bautismo de fuego: me hizo ver el mundo de otra manera. Con otros ojos. No recuerdo otra persona, en mi vida, que haya sido más influyente. La primera vez que estuve realmente drogado, fue con su droga. Y la primera vez que, realmente, sentí que mi vida era un caos increíble y maravilloso, fue al lado suyo. Teté era su mejor amiga. “La gente cree que Teté y yo tenemos el costicismo, pero nunca lo tuvimos ni lo vamos a tener”, me dijo una noche Elízabeth, en Humberto 1. Teté parecía sacada de una película de los años 50. Muchos colores y fantasías. Era una muñequita hermosa.

A veces, cuando nos estamos besando, pienso en aquellos días, cuando la conocí. La primera vez que nos besamos, no pensé en nada. Fueron tres segundos. Sentí que me iba a morir de puro labio sobre labio. Fue el beso más hermoso que pueda recordar. Mi amiga Silva y Teté se estaban por acostar. Yo me demoré en el living. Habíamos estado hablando de nosotros. De si nos gustábamos, de si éramos capaces de enamorarnos uno del otro, pero no nos habíamos besado (era la noche del 14 de febrero y nos encontramos a festejar el día de San Valentín, en lo de Silva). Cuando estaba en el living, haciendo no me acuerdo qué, Teté vino corriendo desde la habitación, y me abrazó: “Hoy no, pero algún día vamos a tener el costicismo vos y yo, Mariano Dorr, así que podemos besarnos”, me dijo, e inmediatamente me besó en la boca, tres segundos. Su boca era de frambuesas, con chocolate caliente derretido. Supe en ese momento que íbamos a besarnos por el resto de nuestras vidas.

Algunos de los mensajes de texto que me envió, son hermosos. Los tengo guardados, (aunque sólo algunos, porque, en realidad, fueron muchos más):
Hola, fantasía. Ya me voy a dormir. Soñá conmigo. // Sí, te extrañé, y mañana x. // No, mejor nos vemos mañana, y como quien no quiere la x, el costicismo, y me decís BP. // Vení a buscarme. // Mañana costicismo al natu. // ¡¡¡Ya!!! // Costicismo con vos. // ¿Vos sabías que yo era la más put del mundo? // Era un chiste. Te extraño. ¿Salís conmigo, mañana? // Hola, fantasía. // Soñé que mi ex marido se enteraba del costicismo; se volvía loco, y yo me iba con vos. // Yo cantaba una canción de Andrés. // En el costicismo vos me hablaste de Betty Page. // Teneme paciencia, MD. // Son besos que lastiman. // Todavía podés soñar conmigo. // Te extrañé, Maleficio. // Bueno, vení corriendo a buscarme. // MD, ¿querés casarte conmigo? Vos sos mi Nirvana, mañana y por la mañana, me voy a casar con vos porque me enamoré en una sola noche de vos, locamente. // Soñé que comprábamos un marcador celeste en una librería. // Soñé con vos pero no recuerdo más. // MD(MA), te quiero porque sos de oro. // Te mando todos los besos de despedida juntos. // Sos lo más, Fantasía. // Veámonos después y hacemos lo que vos quieras. // Hola, M. Hoy a la noche, con Silva, festejamos el día de los x, ¿venís?

“Obvio que sí”, le contesté. Cuando recibí ese mensaje estaba en casa de mi amiga Hindú. Eran las diez de la mañana. Todavía no nos habíamos dado un beso. Sólo los míos, en su antebrazo. Yo la buscaba mucho, pero ella no quería saber nada. Y la verdad es que tenía razón. Se había separado hacía una semana, lloraba sin parar, y yo... dándole besitos cuando se quedaba dormida. Un loco, realmente.

Teté me esperaba en casa de Elízabeth. Yo venía del centro. Sabía que ella estaba muy vulnerable. Que me iba a hablar, sin parar, de su marido. Tenía que escucharla, nada más. No hacía falta que diera mi opinión sobre la separación. Teté ya sabía lo que pensaba de su matrimonio, pero necesitaba desahogarse. Salimos a caminar. Se suponía que íbamos a casa de Silva, pero en lugar de acercarnos en colectivo, caminamos por San Juan, sin importar realmente a dónde nos dirigíamos. Sólo seguíamos caminando, y Teté hablando de su marido, y de los chichos, sus gatitos, y cuánto los extrañaba. Le preocupaba la falta de atención que recibirían por parte de su marido, ahora que ya no vivían juntos. Y si nos cruzábamos en el camino con un gato (o incluso con un perro), Teté decía: “pobre chicho…”, como si, de repente, todos los animales hubieran sido abandonados a su suerte.

Siempre por San Juan, paramos en una panchería. Teté no quería, pero yo me pedí un pancho con fantasías. Nos dieron ganas de sentarnos a tomar una cerveza, pero en el local hacía un calor realmente insoportable. Pagué el pancho y salimos en busca de un bar. A media cuadra de la panchería, antes de llegar a Entre Ríos, unas mesitas afuera. Pedimos una Stella Artois. Teté nunca la había probado. Pedimos otra. Me hablaba de su marido y yo la escuchaba y pensaba: “Es una mujer hermosa. Es una mujer fantástica. Es una mujer maravillosa”. Los ojos de mi amiga se llenaron de lágrimas; comenzó a llorar. La acaricié en una rodilla (tenía puestos unos jeans). Lloraba y hablaba de su marido: “¿Sabés qué es lo que no le perdono? Tener que estar acá, con vos, en este bar, contándote todo esto. Yo ahora tendría que estar en mi casa, no acá”.

Lloraba y, en medio del llanto, se reía. Teté siempre se ríe. Es una mujer maravillosa. Lloraba y hablaba de su marido, y yo pensaba: “¿Cómo voy a hacer para que se enamore de mí? ¿Cómo voy a hacer para no enamorarme de ella?”. Teté lloraba cada vez más y yo, francamente, no sabía qué hacer. Eran las siete y media de la tarde. A esa hora, la gente vuelve del trabajo y hace sus compras. La gente pasaba por la calle y veía los ojos claros de Teté, llenos de lágrimas, y hacían un Teresa. Los ojos de Teté son tan hermosos...

Una chica de seis años se detuvo frente a ella: “No llores más. Sos demasiado linda para llorar así”. La chica le dio un puñado de caramelos (con un puño muy chiquito). Billiken y palitos de la selva. Teté sonrió. Energía blanca pura: “Gracias. No sabés qué bien me hace que me digas eso”. La nena se quedó mirándola a los ojos, fascinada. Se apoyaba un poco en la silla de Teté. “Vos también sos muy hermosa, ¿sabías?”. La nena dijo que no con la cabeza. “Además, estás muy linda”. “Divina”, dije yo. Tenía unas calzas y una musculosa holgada, y el pelo negro, lacio. Ojos negros, y una carita preciosa. “¿Cómo te llamás?”. “Marilyn”, dijo la nena. Teté se volvió loca. No podía creer que Marilyn se hubiera detenido para regalarle caramelos y decirle que era hermosa, y que dejase de llorar. “¡Marilyn!”, dijo Teté, mirándome y riéndose. “Tenés el nombre más hermoso del mundo, ¿sabías?”. La nena dijo que sí con la cabeza. Marilyn. Teté y yo estábamos eufóricos. Comí unos de los caramelos de Marilyn y guardé el papel de recuerdo. “Yo también voy a hacerte un regalo, ¿querés, Marilyn?”. Yo pensé: “¿Qué puterío le va a regalar?”. Teté sacó un lápiz labial de su cartera. Rojo, con bordes dorados. “Está nuevito. Prácticamente no lo usé. Tomá, es tuyo. ¿Te gusta?”. Probablemente no era el primer lápiz labial de Marilyn, pero sí uno de los primeros. Se acercó la madre de Mariyln, con su hermanito. “No puede ver llorar a las chicas lindas, y me dijo: mami, ¿puedo ir a regalarle unos caramelos a la chica?”. “Es divina”, dije yo. Hubiera querido decir otra cosa, pero era tan fuerte todo. Estaba mudo. Marilyn era lo más de lo más.

El hermanito de Marilyn nos dio más caramelos. Teté quiso disuadirlo: “No. Te vas a quedar sin nada para vos”. “En mi casa tengo una bolsa”, dijo el nene. “Equis pala”, pensamos con Teté. Eran la familia más energía blanca del mundo. Queríamos que Marilyn se quedase con nosotros, para siempre. Pensamos en pedirle el teléfono y volver a vernos, pero era absurdo. Tenía seis años. Sin embargo, ahora no puedo creer que no lo hayamos hecho. Nunca en la vida había visto a alguien con tanta fantasía. Teté y yo sabíamos que lo que nos estaba ocurriendo era algo excepcional y muy difícil de explicar. Era el día de los enamorados y Marilyn se había detenido frente a ella, para que dejase de llorar y darle palitos de la selva. Y yo estaba ahí, con ella. “No puedo creer que esto me haya ocurrido hoy”, decía Teté, cuando Marilyn y su familia siguieron su camino. “Era Marilyn, ¿entendés?”, me decía, entre riéndose y volviendo a llorar.

Teté: ¡Atrevido! Ese día me dijiste que ibas a enamorarte de mí. Me lo dijiste en el bar, ¿te acordás? Yo estaba llorando y equis enorme, ¿y vos?,
trabajando.
MD: Es cierto. No dejé de trabajar ni por un segundo. Lo único que quería era el costicismo.
Teté: ¡Dios mío, Mariano Dorr! Sos terrible. ¿Y yo? No podía pensar que todo eso estuviera sucediendo al mismo tiempo. Por un lado, la separación con mi marido. Por otro, el costicismo con vos. ¿Y después? Marilyn, con toda la fantasía del mundo.
MD: Yo me puse muy contento de estar ahí con vos. Sabía que sería un episodio muy importante para vos, y yo estaba ahí. De algún modo me estaba llevando un Fierrito, por el sólo hecho de estar.
Teté: La metafísica de la presencia…
MD: Y sí… En un punto, sí.
Teté: Un loco. ¿Y lo que vino después, esa noche?
MD: Preguntale.
Teté: Realmente. Yo pensé que me iba a volver loca.
MD: ¿Te acordás, cuando estábamos en la cama, tratando de dormir?
Teté: ¡De dormiiir! Por favor, no seas atrevido, Mariano Dorr. No me dejaste dormir un segundo.
MD: Mentira. Cuando dejaba de acariciarte, me agarrabas la mano y me la ponías encima tuyo.
Teté: Yo no me acuerdo de eso. Me parece que estás mintiendo.
MD: ¿Sabías que, desde hace un mes, hablar con vos es una de las cosas que más amo en la vida?
Teté: ¿Ya empezamos?
MD: De verdad. Amo hablar con vos. Creo que me pasaría la vida hablando con vos.
Teté: Bueno, a mí también me gusta hablar con vos. Increíblemente –ahora todo es “increíblemente”, ¿viste?-. Increíblemente, me siento muy bien con vos. Yo pensé que después de nueve años de matrimonio iba a freakear, y no iba a poder tener el costicismo al natu con nadie. Pero no. Me siento muy bien con vos, no sé por qué.
MD: Qué hermoso.
Teté: Sí, es hermoso.
MD: ¿Y no vamos a casarnos?
Teté: No, querido. Yo ahora voy a ser soltera por un tiempo.
MD: ¿Y después te vas a casar conmigo?
Teté: Puede ser.
MD: ¿Y mientras tanto nos vamos a dar muchos besos y lo vamos a pasar genial y nos vamos a enamorar mucho, de a poquito?
Teté: Basta.
MD: Te adoro, baby.
Teté: No me digas como le decías a tu ex esposa. Vas a tener que inventar otras maneras de llamarme.
MD: Betty Page...
Teté: ...
MD: ¿Qué estás pensando?
Teté: Nada. Locos...
MD: Contame.
Teté: No te pienso decir una palabra sobre lo que estoy pensando.
MD: ¿Loquitos de energía blanca o energía negra?
Teté: Energía blanca.